la Opinion

Lucrecia Borgia

Beto Rodríguez

Lucrecia Santana la que tenía veinte años, desde niña mostró un especial interés por los negocios, a esa edad poseía un apreciable capital, y a los treinta, sus actos personales eran motivo de sismo social. Su conducta antes era intachable, pero se inclinó por la copa y a su paso las damas, sobre todo las ancianas, decían frases de profunda fe y otras formas de salvación. Las longevas la mandaban al in erno en vida, sin derecho a la defensa, miraban hacia otra parte y se refugiaban en los grupos de oración. Mientras esto ocurría los negocios de Lucrecia crecían y soltaba fuertes carcajadas. Los amigos que gozaban de su liberalidad en festivales de larga duración, decidieron llamarla Lucrecia Borgia, por su estilo de reina desinhibida por el alcohol, que le permitía cobrar en el presente, el triste saldo asexuado de la vejez. En los sitios donde solía asistir la moderna Borgia, con frecuencia se desataban peleas entre los bailones, pretendientes de su hermosura, fácil de adivinar por el abundante vello bello de sus brazos, y las piernas, las cuales se depilaba, pero no podía esconder la huella de un felino erizado, en el mágico lugar de su cuerpo. En uno de sus viajes acudió a un centro nudista, a escuchar una magistral conferencia sobre mil cuidados para prolongar la vida, entre éstos, ponerse ropa sólo en casos de extrema urgencia. Al regresar escogió un salón de su casa, e invitó a los participantes a sus locas jaranas, a n de conformar un grupo de amantes del desnudo con nes de sanación, culturales y demás maneras de elevar el alma. Al principio todo estuvo bien, aumentaron los participantes y se mudaron a un lugar campestre, donde se distinguían los meseros de ambos sexos porque usaban corbatín. El consumo etílico convirtió las juntas en bacanales, los expositores eran sacados en camilla, o los dejaban en el suelo donde despertaban en medio en una brutal resaca. La hermosa Lucrecia descendió rápido en el ebrio mundo con otras drogas, hasta que se liberó del problema, bajo ayuda de un grupo de apoyo, poyo, pollo, repollo y la práctica del deporte. En una gira de negocios de agio por Europa, en el avión conoció a un apuesto joven que la indujo a beber. Inició una rasca de cinco años y gastó el dinero que portaba. Borracha a diario, empezó a pedir limosna, dormía en las calles, mugrosa, despreciada, mientras sus tiernas tres hijas, ante tan larga ausencia dilapidaban su fortuna. Una tarde en una esquina de Madrid un vecino la reconoció y la trajo para ser sometida, envejecida, a tratamiento médico, pero ya era tarde, sus retoños siguieron el mismo estilo de vida y gastaron en vino, danza, dados y ruleta, lo poco que quedaba.

Cuento

es-co

2023-11-26T08:00:00.0000000Z

2023-11-26T08:00:00.0000000Z

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La Opinion de Cucuta